Cuando se asomó por la ventana, aburrida y melacólica, vio una hoja caer. Lucía se acababa de mudar de un lugar sin árboles y era la primera vez que veía que esto sucedía. Salió de la casa, casi desesperada, a recoger la tostada hoja que se desprendió, pero en el momneto que llegó ya habían tres en el suelo. Miró el paisaje detenidamente. Pronto concibió la mejor idea que había tenido: cocerlas nuevamente al árbol. Corrió a su cuarto, buscó aguja, hilo y sus creyones verdes. Volvió al jardín y vio más de 100 hojas en el suelo. No dudó en empezar su labor. Tomaba cada hoja marrón, la pintaba de verde, insertaba el hilo en la aguja y se montaba en el árbol para cocerla. Día tras día pegaba cientos de ellas. Un día ya no cayeron más. Se preguntó por qué y vio los árboles repletos de hojas pintadas entrelazadas en hilos que no permitían dejaban caer. Ya no había más tarea que realizar, se volvió a aburrir.
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