Caminaba descalzo por su casa buscando un libro pero una astilla atraviesa su pie. Desesperación, dolor, cruel sufrimiento que atormenta. Se dirige al mueble más cercano. Se sienta, ve la sangre que se derrama por su talón. No es coherente la cantidad de rojo con el tamaño de la herida. Lo detalla, no es madera lo que tiene clavado, es un trozo de cristal del florero que en algún momento le arrojó esa esposa con quien posiblemente fue feliz. Toma las pinzas de cejas que por casualidad encuentra, extrae el vidrio. La herida era y seguiría siendo más profunda de lo que pensó. La sangre seguía brotando.
viernes, 12 de marzo de 2010
Heridas que no sanan
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